miércoles, 9 de abril de 2014

batalla de charala

Historia de Charalá


Charalá
 es un municipio de Colombia perteneciente al departamento de Santander. Es llamada Cuna de la Libertad de América debido a sus aportes en las luchas de la revolución de los comuneros y la Batalla del Pienta el 4 de agosto de 1819. Recibió su nombre en honor al cacique "Chalala", de la tribu de los guanes.

Allí nacieron José Antonio Galán, el más venerado de los comuneros, José Acevedo y Gómez, el Tribuno del Pueblo y Antonio Vargas Reyes, quizá el médico colombiano más importante del siglo XIX.

El pueblo santandereano de Charalá tiene muchas razones para reclamar un puesto de honor en los textos de historia de Colombia.  Para comenzar, a sus indígenas chalalaes, de la gran familia guane, se refiere en términos elogiosos, tanto por la elegancia de su porte como por su disposición pacífica.
Adicionalmente, en esta ciudad de la antigua provincia del Socorro nacieron tres grandes personajes: el primero fue José Antonio Galán, el más venerado de los líderes comuneros, el segundo, José Acevedo y Gómez, conocido como el Tribuno del Pueblo por sus palabras incendiarias del 20 de julio de 1810, aquel famoso "si no aprovecháis estos momentos de efervescencia y calor...", el tercer personaje fue Antonio Vargas Reyes, muy probablemente el médico colombiano más importante del siglo XIX, creador de la facultad de medicina que se convertiría en 1868 en la Universidad Nacional.

Pero vamos a dejar al lado estos datos biográficos para rescatar una batalla de la Independencia que se puede decir es la mayor contribución de Charalá a la historia nacional.
Se trata de la batalla del Pienta, cuyos combates se iniciaron al amanecer del 4 de agosto de 1819, apenas tres días antes de la mucho más famosa Batalla de Boyacá.

El escenario bélico incluyó un puente entechado sobre el rocoso río Pienta, cuyas aguas van a dar al Fonce primero, y luego al Chicamocha. Más santandereano para dónde.  Por ese puente pasaba el camino real para ir del Socorro a Tunja, en su ascenso hacía los elevados páramos que separaban las dos provincias, hoy departamentos de Santander y Boyacá.

Pero antes de seguir con los detalles de esta olvidada batalla, vale repasar la situación política de entonces. La provincia del Socorro llevaba años de opresión y de rebeldía armada; aquí no se veía paz desde la muerte ignominiosa de José Antonio Galán, casi 40 años atrás.  No era en vano que el virrey Sámano hubiera encargado la comandancia del Ejército al curtido coronel español Lucas González.   A su mando tenía algunos de los soldados más bien entrenados de todo el virreinato de la Nueva Granada.
Fueron los hombres de González los que capturaron sin dificultad, en su hacienda de El Hatillo, a la reconocida dama Antonia Santos Plata, acusada de ser auxiliadora de las temibles guerrillas de Coromoro. Para los días de esta batalla no había pasado una semana, siquiera, desde su ajusticiamiento en el parque principal del Socorro. La saña de esa ejecución pública atizó sin duda el rencor de las guerrillas, que dirigía Fernando Santos, hermano de la inmolada Antonia.
Por aquel entonces se vivían momentos críticos en los planes de independencia. Los ejércitos de Bolívar habían logrado cruzar, con sus hombres maltrechos, el páramo de Pisba, y se fortalecían con reclutas de la provincia de Tunja. Marchaban ya hacia la capital del virreinato: Santafé de Bogotá.
El principal obstáculo para el avance de Bolívar eran ahora las tropas del coronel José María Barreiro, con quien se habían enfrentado ya en el Pantano de Vargas, diez días antes de los hechos en Pienta. Tras las serias bajas en el Pantano, ese día 4 de agosto Barreiro esperaba en Tunja impacientemente la llegada de los refuerzos de las tropas del Socorro.
Pero mientras tanto en Pienta los ochocientos soldados españoles de González se estaban viendo a gatas para avanzar hacia Charalá, en su paso obligado en el camino a Tunja. Los estaba enfrentando un ejército de campesinos charaleños. En número impreciso de mil o más, estos labriegos, en su mayoría sin entrenamiento militar, se lanzaron al combate con más valor que armamento. 
Machetes, piedras, mazos y hasta puño limpio describen las crónicas de los combates que se libraron primero en medio del río y encima del puente, y luego en el camino de retirada de los ejércitos criollos hacia las calles del pueblo, doblegados por el poderío militar español.
Calle por calle y casa por casa fue cayendo Charalá en manos españolas. Sus soldados, en gran medida humillados por ese ejército de espontáneos, se dio al saqueo. Se cuentan historias horrendas de los abusos de la noche del 4 de agosto. Las mujeres charaleñas, como suele ocurrir en las batallas, pagaron aún más cara su rebeldía. En todo caso, centenares de cuerpos de hombres, mujeres y niños quedaron insepultos por doquier al partir las tropas españolas por el camino de Tunja.
Sí, es cierto; fuimos los criollos, y no los españoles, los derrotados en Pienta. Pero no por eso hay que borrar esta batalla de la historia.
El hecho histórico fue que el coronel González no pudo cumplir su cita con Barreiro. Razón tendrá el ex presidente de la Academia Colombiana de Historia, el socorrano Horacio Rodríguez Plata, cuando afirma en uno de sus escritos: 
"¿Qué habría sido del ejército libertador, extenuado después de la batalla del Pantano de Vargas, si en la tarde del 7 de agosto se enfrenta a las tropas de Barreiro aumentadas con las de González? ¿Cuál habría sido la suerte de Colombia si en vez de Barreiro y sus oficiales los prisioneros hubieran sido Bolívar, Santander y Anzoátegui?".
Ahí le dejo la inquietud.

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